sábado, octubre 29, 2011

Soy crítico de cine

De pequeño me escondía de noche tras la puerta del salón
para escudriñar en la distancia a Truffaut.
Los 400 golpes, Hitchcock o Charlot,
aquel niño y sus cuitas en un colegio mayor,
me erizaban mi pelusilla de puber,
agazapado tras el umbral mientras mis padres veían el cine de la 2.

Crecí en blanco y negro, ajeno a lo que venía detrás,
la irrupción del huracán Spielberg,
George Lucas o Michael J. Fox
y alucinar en cinemascope
con viajes intertemporales y batallas siderales
en otra dimensión.

Me sentía como un goonie, heroico y libérrimo,
devorando boquiabierto lasers y efectos luminotécnicos,
radiaciones electromagnéticas que emanaban de la gran pantalla
deslumbrando mi cerebro de phoskito
mientras una sombra despuntaba ya en mi labio superior.

Y el tiempo pasó.
Los folículos pilosos de mi piel
florecieron cual jardín del edén
y aquí me teneis:
Un joven-cabal.
Un adulto-jovial.
Un ingenioso hidalgo
leído y locuaz.
Tecleo con destreza comments, posts, twits,
y hasta párrafos enteros,
pues no hay soporte digital que se resista a mis
sagaces dedos.

Os cuento: Mientras aguzaba mi paladar fílmico
me saco una de letras, conversaciones de café vespertinas
con mis compañeros,
que si Kiarostami, que si cine sueco,
et voilà, en flamante crítico cinematográfico me convierto.

De digito afilado y gusto avezado, me dedico a desguazar el trabajo ajeno.
Cual pianista de los nuevos media escupo arbitrariedad a los 4 vientos.
Agarro mi laptop, avivo mi ingenio,
y ahí lo tengo,
sin moverme del sofá,
un vituperio.

De la praxis cinematográfica poco sé.
Y es que señores, yo soy un flâneur.
Paseo entre las pelis,
de puntillas y arremangado,
no sea que se me estropee el abrillantado
de mis finos zapatos de cristal.