viernes, septiembre 25, 2009

El desayuno

Se despertó esa mañana temprano. Quería preparar un buen desayuno, aprovechando que era fin de semana y él no tenía que ir a trabajar.
- El desayuno, es la mejor comida del día- Solía decir él.
Ella, la verdad, no tenía mucha hambre a esas horas, pero le acompañaría con un té y una tostada y disfrutarían de esa mañana sin horarios.

Últimamente, por unas cosas o por otras, no compartían muchos desayunos tranquilos.Si se paraba a pensar, no sabía porqué exactamente. Es cierto que él había comenzado a adquirir otros compromisos los fines de semana. Antes, siempre lo pasaban juntos, pero ahora solía hacer alguna actividad o deporte con amigos. Pero es que, decía, durante la semana sólo tenía tiempo para trabajar.

Ella hizo huevos revueltos y cruasanes a la plancha, y lo dispuso todo en la mesa del comedor.
Puso manteles limpios, un plato de cerámica con un buen trozo de mantequilla y tres clases diferentes de dulce de mermelada.
Fue a despertarle a la habitación, susurrándole que el desayuno estaba listo. Él soltó dos gruñidos hundiendo la cara en la almohada, y dijo que iría enseguida.

Ella se sentó junto a la mesa y se quedó mirando a la pared.
Luego contempló el surtido desayuno, que mostraba una armonía de formas y colores perfecta. Los manteles japoneses, la vajilla de un blanco inmaculado.
Se incorporó para ver si el té se había enfriado. Levantó la tapa, aún humeante y comprobó con las manos el intenso calor de la cerámica. Volvió a sentarse, esperando.

La mantequilla había perdido algo de su sólido aspecto, así que se levantó y la volvió a meter en la nevera. Volvería a sacarla cuando él llegase . Abrió una revista.
- Quizá podría dar un segundo calor a los huevos - pensó.

Por fin apareció él, soñoliento. Pasó por su lado y le tocó el hombro con la mano, para seguir en dirección hacia el baño, cerrando la puerta tras de sí.
La casa era un loft de diseño moderno y habían invertido meses de búsqueda en encontrarla.

Miró hacia la pared, estudiando los desperfectos que habían salido con el tiempo.
Las veces que le había hablado de pintar todo de nuevo, él se había mostrado huidizo. - No sabemos cuanto tiempo estaremos aquí- decía.
- ¿Aquí en el mundo, o en este piso? - pensaba ella.

Pasaron 10 minutos largos y él seguía sin salir del baño.
Decidió entonces calentar de nuevo los huevos y hacer un segundo té.
Si había algo que le molestase de veras era el té tibio, ni frío ni calor. Así sentía su relación desde hacía meses.
¿Qué podía estar haciendo ese hombre tanto tiempo en el baño?
Los cruasanes estarían ya fríos y duros.
También había cortado un kiwi y una pera.
Le entraron ganas de llorar.

Él apareció entonces por la cocina. Se acercó a ella y le dio un beso distraido, mientras miraba hacia la ventana. Ella le sonrió, sin soltar el mango de la sartén que asía con una mano, ni la cuchara de palo con la que daba suaves golpecitos a los huevos con la otra.

- Que... estaba pensando... - Dijo él vacilante.
- Él coche. Que no sé si lo he dejado bien aparcado-

Ella permaneció inmóvil, sujetando el mango de la sartén con una mano y la cuchara de palo con la otra.

- Es que no sé si hoy cuenta como festivo o laborable. Éste lío de las zonas. Igual voy a mirar en un momento, no quiero que pase nada, como la otra vez.-

Iba retrocediendo hacia la puerta.

- Sí, casi que bajo un segundo. Así no estoy tranquilo. No me cuesta nada -

Lo vio desaparecer tras el umbral y oyó la puerta de la entrada cerrarse. Seguía con el mango de la sartén sujeto. La cuchara de palo fue cediendo sobre el revuelto.