jueves, marzo 06, 2014

Me espiabas detrás de la puerta y en tus ojos podía verse la derrota
a lo lejos se oían golpes secos, uno tras otro, los árboles se derrumban *
Hoy no es día para caer en el abismo, hace demasiado sol. 

Sigues por el camino que te lleva hacia el café de al lado, sin mirar atrás. 
Hace tiempo que algo se apropió de tú tiempo y tú conciencia dictó que:
- no volveré a pensar en qué hacías allí sentada mirando las casas de los demás,
distraída sin nada - 
Es demasiado cierto, y por eso, me alejo.


* frase extraída de Blancanieves se despide de los siete enanitos, de Leopoldo Panero.

martes, marzo 04, 2014

El monstruo del tiempo

Lo voy a contar rápido, porque realmente lo que interesa es poco y el resto de estos cinco años son tan sólo capas de un tiempo pastoso sin derecho a reintegro.
Pasé cinco años en esta pinche ciudad sin hacer un único pinche amigo.
Como no he sucumbido del todo a la demencia, no llevo la cuenta de las horas que he pasado sin compañía. Además, esta historia no va de números, sino de materia.

Tuve un colega, que se marchó.
Y hubo una señora. Una mujer fuerte y sincera que hablaba, y hablaba, y hablaba.
Tenía historias interesantes. historias interminables. historias y más historias que un día me cansé de escuchar. Yo también tengo historias, pero esa mujer fuerte que no paraba de hablar no me dejaba resquicio alguno por donde encajarlas.
Mi portugués es lento. Imperfecto. Quizá sin gracia.
Y a partir de los 30 a la gente le importa una mierda hacer nuevos amigos.
Al menos en ésta pinche ciudad.
Creo. Es igual. 
El caso es que los días se amontonaban formando una masa cada vez más grande y oscura 
a la que por convención había de llamar vida.
Pero era difícil mirar esa triste masa descuidada y pensar que ahí yacía mi existencia.
Es decir yo. Es decir, una triste y descuidada masa a la que daban ganas de patear o escupir encima o tirar por la ventana o esconder bajo la cama, o todas esas cosas a la vez, para no verla más.


Era una cosa tal que así


















Pero no es hora de lamentos.
Un día cogí la masa por los bordes y con cuidado la puse en mis rodillas y la miré con cariño sincero, ese cariño sin pena.
La masa era fea y gris y sucia, pero qué cojones, estaba ahí y era mía.
Empecé a cuidarla, poco a poco, día tras día.
A quitarle despacio aquellas costras de mugre que se le habían formado en el tiempo.
Una suciedad de falsas percepciones necesidades adulteradas y sombras ajenas a la masa, 
que ahora era más pequeña y más bonita.
La gran bola de mierda de estos cinco años se fue transformando en una simpática bolita
cada vez más pequeña en tamaño y más profunda en el espacio.
Nos llevamos bien. 
Mis amigos me instruyen y con ninguno me voy de cañas.
Están más allá de este lugar, pero la soledad ya no existe.
Porque los pensamientos verdaderos fluyen como partículas que recorren el universo simultáneamente y en todas las direcciones. 
La bazofia está y estará aquí siempre.
A veces entra con sus tentáculos infectos. Pero ya no se instala. 
La suciedad ya no se adhiere a la masa.


Nick Caverna, la bolita y yo