Cap.III
A día de hoy, las razones de mi
declive se entremezclan.
La falta de “guita” siempre
presente. Mi malograda carrera como cineasta. La constante soledad, que al
principio saludé como estadio natural de la creación, pero que fue poco a poco
horadando mí ya de por si frágil habilidad social y metiéndome hacia dentro…
Sí. No encontré ningún mecenas
que apoyase mis deseos de realización artística. Ninguna “Rosarinho” que
calmase mis pulsiones carnales, ningún compañero con quien compartir
conversaciones de café, vinos y cigarrillos.
¿Dónde estaban los intelectuales
sobre los que tanto había leído? Aquellos que se encontraban en los cafés de avda.
de Roma o en los alrededores de la cinemateca ¿Muertos? ¿Encerrados en sus burguesas casas bebiendo coñac servido por asistentas que poco después bajan a la
calle a echar sus raspadinhas? (por puro vicio, recelo que hasta los sueños les
fueron vedados)
¿Dónde? ¡en este momento de
ignominia en el que tanto les necesitamos! Demasiado viejos para prestar
atención a un pobre muchacho de aspecto pusilánime pero que rebosa pasión
cinéfila. Demasiado ocupados en sus pensamientos abstractos para ver la
desesperación de los que, creemos, sabemos, todo el potencial que albergamos
¡Puro corazón! ¡Avidez creativa! Para ellos somos invisibles y nunca se sentirán
en deuda, sólo por el hecho de que poseemos algo que a ellos se les escapa:
Juventud, Futuro Indefinido, Vida. Vida para quemar. Días y más días sin dolores en las
articulaciones sin toses sin esgarros sin callos ni juanetes, sin piernas cansadas. Sin embargo, yo siento que la vida se me escapa. Sin mis sueños, no soy nada.
Y las chicas…
Las chicas en estos días pueden
con todo. Incluido yo.